Sonetos de Garcilaso de la Vega






Soneto V

Escrito está en mi alma vuestro gesto,
y cuanto yo escrebir de vos deseo;
vos sola lo escrebisteis, yo lo leo
tan solo, que aun de vos me guardo en esto.

En esto estoy y estaré siempre puesto;
que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo,
de tanto bien lo que no entiendo creo,
tomando ya la fe por presupuesto.

Yo no nací sino para quereros;
mi alma os ha cortado a su medida;
por hábito del alma misma os quiero.

Cuanto tengo confieso yo deberos;
por vos nací, por vos tengo la vida,
por vos he de morir y por vos muero.

Soneto X

¡Oh dulces prendas, por mi mal halladas,[1]
dulces y alegres cuando Dios quería!
Juntas estáis en la memoria mía,
y con ella en mi muerte conjuradas.

¿Quién me dijera, cuando en las pasadas
horas en tanto bien por vos me vía,
que me habíades de ser en algún día
con tan grave dolor representadas?

Pues en un hora junto me llevastes
todo el bien que por términos[2] me distes,
llevadme junto el mal que me dejastes.

Si no, sospecharé que me pusistes
en tantos bienes, porque deseastes
verme morir entre memorias tristes.


Soneto XIII

A Dafne[3] ya los brazos le crecían
y en luengos ramos vueltos se mostraban;
en verdes hojas vi que se tornaban
los cabellos que al oro escurecían.

De áspera corteza se cubrían
los tiernos miembros, que aún bullendo estaban,
los blancos pies en tierra se hincaban,
y en torcidas raíces se volvían.

Aquel que fué la causa de tal daño,
á fuerza de llorar, crecer hacía
este árbol que con lágrimas regaba.

¡Oh miserable estado, oh mal tamaño!
¡Que con lloralla cresca cada día
la causa y la razón porque lloraba!

Soneto XXIX

Pasando el mar Leandro[4] el animoso,
en amoroso fuego todo ardiendo,
esforzó el viento, y fuese embraveciendo
el agua con un ímpetu furioso.

Vencido del trabajo presuroso,
contrastar á las ondas no pudiendo,
y mas del bien que allí perdía muriendo,
que de su propia vida congojoso,

como pudo esforzó su voz cansada,
y á las ondas habló desta manera,
(mas nunca fué la voz dellas oída)

"Ondas, pues no os escusa que yo muera,
dejadme allá llegar, y a la tornada
vuestro furor esecutá en mi vida."


[1] Tomados de  La Eneida de Virgilio, IV, v.651:  “Dulces exuviae dum fata, Deus que sinebant”;  dulces reliquias mientras los hados y dios permitían.
[2] por términos:  poco a poco
[3]El soneto recoge la leyenda de Dafne, hija del río Perseo de Tesalia, a quien Apolo, encendido de amor, seguía continuamente.  Cuando ya la iba alcanzando, suplicó ella a la Tierra, su madre, que la recogiere en sí, librándola de su perseguidor.  La Tierra escuchó la súplica y convirtió a Dafne en un hermoso laurel, al pie del cual, tanto ha llorado Apolo, que con sus lágrimas, mantiene el laurel siempre lozano.  (Ovidio, Metamorfosis, Libro I, fáb.x)
[4]Leandro, para ver a su amante Hero, atravesaba de noche el Helesponto.  Desde su torre, Hero le orientaba, con la luz de una antorcha.  Una noche de tempestad, apagada la luz, murió Leandro en el mar embravecido.  Hero murió también al descubrir, desde la orilla, su cadáver.

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